Aquel Valdemoro que fue ciudad de vacaciones.


Valdemoro fue, hasta bien entrado el siglo XX y por razones variadas, un pueblo elegido como lugar de veraneo por familias de diversa procedencia social. Su presencia en el municipio dejó huella en el paisaje urbano, encar­nada en cada uno de los inmuebles que habitaron. Pero las segundas residencias también experimentaron una transformación que corrió pareja a la evolución de la sociedad. Así, poco tienen que ver las grandes haciendas de propietarios de rancio abolengo con los más humildes y accesibles hoteles o casitas de veraneo que proliferaron en el pueblo entre los últimos coletazos del siglo XIX y hasta muy avanzado el XX, y que dieron nombre al paseo de los Hoteles. Hoy sólo quedan algunas de estas edificaciones en el municipio; son la última referencia de aquel Valdemoro que fue ciudad de vacaciones.

Hotel de la calle Negritas, nº12
Mediado años 30 del siglo XX.

Pedro Antonio de Alarcón, los Cánovas, la marquesa de Villa Antonia, los marqueses de JL Bajamar, Vallejo y Gaviria, Estrella de Elola. Son algunos de los más ilustres veraneantes que hicie­ron de Valdemoro su segundo lugar de residencia.

Sin embargo y a pesar de estar situado a pocos kiló­metros de la capital y bien comunicado con ella a tra­vés del ferrocarril, las razones que determinaron la lle­gada de cada uno de ellos al municipio fueron diversas e incluso, en algunos casos, todo un misterio, dado que las virtudes que adornaban al municipio en aquel entonces eran más bien escasas. Una aparente contra­dicción que también percibió y dejó escrita el ingenie­ro industrial Antonio Montenegro Van Halen en la memoria que presentó en 1904 para profundizar en la mina de agua del Pozo Bueno y dotarla de mayor cau­dal: 

"Si bien a toda población le es conveniente estar sur­tida de agua, en Valdemoro existe otra razón muy diferente y de mucha entidad, que consiste en ser población de veraneo; y como este no es oficio de pobres, todo lo que sea atraer hacia Valdemoro gente de dinero y de buenas relaciones, que no valen menos, es la explo­tación de un filón de mucha valía; y ¿Cómo se atrae a las familias? sencillamente ofreciéndolas comodidades. Esta es la panacea. Ya existe fácil comunicación con Madrid para los que pueden huir con sus familias sin abandonar por muchos días sus asuntos en la Corte; pero en cuanto a la comodidad de la familia le queda mucho que desear en Valdemoro. Los que de continuo allí habitan, se fami­liarizan con su género de vida, y si echan de menos algo se resig­nan a pasar sin ello, dominados a veces por la errónea idea de ser imposible la mejora. De otro modo muy distinto piensan los foras­teros, acostumbrados a otro género de vida y aspirando por sus posibles a disfrutar comodidades. Si en Valdemoro logran algún jar­dín es a peso de oro. Si quieren enviar a los niños a jugar en algu­na plaza a la sombra de hermosos árboles, no la tienen. Si quieren bañarse, han de esperar a que el aguador pase la mañana acarre­ando agua para llenar la pila. Tales elementos no son para atraer a las familias pudientes, y como el que sale a veranear tiene el derecho de la elección del sitio, claro es que optará por el que más comodidades le ofrezca. Alrededor de Madrid hay varios pueblos que se disputan la preferencia, y seguramente se la llevará el que ofrez­ca mayor número de comodidades". 

Calle las Vacas - Carro de facundo en reparto de agua - Años 50

Paradojas aparte, lo cier­to es que Valdemoro se llevó el gato al agua y durante un tiempo las grandes fortunas y los apellidos ilustres lo elegían como lugar de recreo. Así, no sólo captó a un buen número de veraneantes sino que se generó además un efecto dominó en el que cada nueva fami­lia atraía a otras muchas.

Un hecho que no deja de resultar curioso para un pueblo sin ríos ni montañas que ofrecieran un factor diferencial respecto a cualquiera de las localidades del entorno. El doctor Anastasio de la Calle, en su Memoria médico-topográfica de la villa de Valdemoro (1890) vio en "la salubridad de esta población" y sus "condiciones higiénicas" dos factores determinantes para que un "crecido número de hombres ilustres así en las letras, en las armas y en la política" adquirieran "viviendas cómodas" en las que buscaban dis­frutar de "bienestar, tranquilidad y salud entre sus pacíficos habi­tantes en el verdadero antagonismo de las grandes poblaciones".

Además, el doctor De la Calle describe el municipio como un lugar de "viviendas espaciosas", donde "la vegetación de los muchos jardines y el aire fresco que circula por sus valles late­rales" hacen mas tolerable su clima, con una "temperatura media mas grata...., una atmósfera limpia y un cielo despejado".

Claro que los jardines y la vegetación causantes del frescor que destilaba aquel Valdemoro eran, como había percibido Montenegro Van Halen, consecuencia directa de los vergeles en que los veraneantes habían convertido sus espacios verdes particulares. No en vano, la mayoría de los ocasionales vecinos de Valdemoro, más o menos linajudos, habían ido adqui­riendo casas de labor que luego transformaron en seño­riales caserones, rodeados generalmente por vastos y frondosos jardines.

La casa de la calle Estrella de Elola, 35,
proyectada por su propietario, Mariano de Lázaro.

Pero el posterior aluvión de veraneantes generó una oferta inmobiliaria novedosa, diferente y perfectamente adaptada a la demanda. Respondía a la meta­morfosis que estaba experimentando la sociedad española, en la que se percibía la pujanza de una burguesía que pronto incluyó entre sus hábitos el vera­neo, un lujo que había sido durante años privilegio de la aristocracia.

El hotel, entendido como casa más o menos aislada de las colindantes y habitada por una sola familia, comenzó a hacer furor en Valdemoro. Eran las primeras edificaciones creadas directamente con el objetivo de ser utilizadas como segunda residencia y lugar de vacaciones.

Los años sesenta del siglo pasado marcaron la defini­tiva popularización de estas construcciones que empe­zaron a desarrollarse en Valdemoro. También, en buena medida, a modificar su paisaje urbano.

Y es que mientras las viviendas tradicionales del pue­blo tenían el acceso directamente desde la calle y se dis­tribuían en torno a un patio interior que en ningún caso se divisaba desde la fachada, la entrada principal a los hoteles estaba precedida por un jardín, pero eso sí, de dimensiones infinitamente más reducidas que los de medio siglo atrás.

Eran casas generalmente de dos plantas, con porche y en bastantes ocasiones, con una escalera de acceso flanqueada por balaustradas y elementos arquitectóni­cos decorativos que ponían de manifiesto su inequívo­co destino como casas de recreo y esparcimiento.

En segundo plano, a la derecha, valla de la que fuera casa de Mariano Lázaro, 
en Estrella de Elola 35, a mediados del siglo XX

Quizá uno de los mejores ejemplos de estas cons­trucciones sea la casa de la calle Negritas número 12. Desde su diseño a sus aderezos arquitectónicos con tintes neomudéjares, pasando por el cerramiento de la finca y la parcela que la rodea son fiel reflejo, casi un arquetipo, de lo que fueron las casas de vacaciones que habitó la última oleada de veraneantes de Valdemoro.

Hotel de la calle Negritas

Algo similar ocurre con la única superviviente de la primero calle de los Huertos, después paseo de Onésimo Redondo y actual paseo de los Hoteles, pre­cisamente por ser la vía del municipio en la que se con­centraron mayor número de éstos. En el número 8 resiste en la actualidad el único ejemplar de lo que hace menos de medio siglo era una calle en la que se levantaban, en el margen dere­cho en dirección a la avenida de Andalucía, únicamen­te casas de vacaciones o segundas residencias. Algunas de ellas eran propiedad de la marquesa de Villa Antonia y otras, como la del número 2, eran de la familia polí­tica de don Rogelio Casal Martín, el que fuera médico y alcalde de Valdemoro en la primera mitad del siglo pasado. 

Escalera de la puerta principal de la casa 
del paseo de los hoteles nº 8, en la actualidad.

En la calle Infantas, del número 6 al 12, tenía su remanso de paz Bernardo de Frau y Mesa, marqués de Bajamar, diputado en Cortes y, a la sazón, pariente de Estrella de Elola. El suyo no era, sin embargo, uno de esos hoteles tipo; estaba más bien a medio camino entre las grandes casas señoriales y las residencias más populares de épocas recientes. Eran 1.194 metros cua­drados de superficie repartidos en dos plantas y un gran jardín —que actualmente está protegido urbanísti­camente por el Plan General de Valdemoro. El marqués llegó a ofrecerlo al Ayuntamiento en varias ocasiones para albergar las escuelas, aunque en ninguna de ellas se materializó la propuesta.

También en la plaza del Paraíso se levantaba una de estas casas, de dos plantas, y otra en el número 35 de la calle Estrella de Elola, que aún permanece en pie y con un magnífico aspecto. Esta fue construida por Mariano de Lázaro, el mismo arquitecto que proyectó el edificio de las escuelas públicas. Como en éstas, utilizó la técnica de los bloques prefabricados de cemento comprimido.

También en Estrella de Elola, pero en el número 23, exactamente en la esquina con la calle Severo Ochoa, hubo otra casa de veraneo. Tenía una superficie de 435 metros cuadrados en una única planta y en 1907 la adquirió un procurador, Luis García Ortega.

Y es que a pesar de que el paseo de los Hoteles aglutinaba buena parte de las residencias de recreo, poco a poco éstas empezaron a surgir por doquier, junto a las tradicionales casas de los nacidos en Valdemoro.

Algo curioso si se tiene en cuenta que eran muchos los que instalaban su segunda residencia en la localidad precisamente porque habían nacido en ella y luego se cabían trasladado a Madrid, o bien porque sus padres o abuelos les habían dejado en herencia alguna propie­dad en el municipio. Y es que, a fin de cuentas, muchos de los forasteros tenían algún vínculo con el pueblo.

El marqués de Bajamar era ejemplo de ello. El perió­dico La Crónica de los Carabancheles y los pueblos del partido de Getafe, de 25 de agosto de 1897, cuenta cómo "la colo­nia veraniega de todos los años, se había visto aumentada con nuevos concurrentes de familias que habían perdido la costum­bre de veranear en Valdemoro, entre ellos el Excelentísimo señor don Bernardo de Frau y de Mesa"

Paseo de los hoteles en 1964, con casas de veraneo en el lado derecho; 
en el izquierdo, la huerta del convento del Carmen.

Así, la demanda de hoteles crecía y la oferta inmobiliaria no siempre era capaz de satisfa­cerla. Un incremento que no cesó en las siete décadas siguientes. Ésta fue sin duda una de las razones por la que algunas de las viviendas tradicionales empezaron a utilizarse como residencias de vacaciones, como la casa de Estrella de Elola, 25, que actualmente goza de protección estructural. El hecho de que aún conserve intactos en su patio trasero la leñera, el galline­ro y la cuadra, con pesebre incluido, es la mejor demostración de que no fue concebida como casa de recreo.

Vista general de la casa de la calle Estrella de Elola,25 en la actualidad
Destaca la barandilla de cinc de la terraza (año 2005)

Edificada sobre una superficie de 332 metros cuadra­dos, tiene dos plantas. En el año 1900 su titular era Ignacio Fernández y tras sucesivas compraventas llegó a manos de un dentista de Madrid, José Perales, que pasaba consulta en la calle Conde de Romanones. Es probable que él fuera el primero en utilizarla como segunda residencia, puesto que contrató a unos guardeses, aunque todo apunta a que finalmente se instaló de forma definitiva en Valdemoro, ya que habilitó una estancia de su casa valdemoreña como consultorio odontológico.

Quizá fuera el mismo Perales quien remodelara la finca para darle un carácter mis recreativo, ya que las dos terrazas con que cuenta -una orientada al Norte y otra al Sur-, la magnífica barandilla de zinc que remata ésta última y la azulejería talaverana del muro que da al patio no son precisamente propias de una casa de labor de finales del siglo XIX.

La sociedad continuó su evolución y en la década de los setenta del XX el chalé sustituyó a los hotelitos. Así fue como algunos de los jardines que rodeaban estas casas de vacaciones, especialmente las de la calle Estrella de Elola, comenzaron a ser explotados como terrazas estivales de tapeo, donde corrían las gambas y las cervezas.

Así las cosas, la moda, de los hoteles inició su declive en los años ochenta del pasado siglo. Algunos veraneantes establecie­ron su residencia habitual en la localidad y comenzó a surgir el actual Valdemoro de los adosados. La red de transportes públicos contribuyó de manera definitiva a que llegaran al municipio nuevos residentes fijos.




Música: Canciones del recuerdo de los años 50 y principios de los 60

Fuente: Libro "Edificios que son historia" - Ayuntamiento de Valdemoro

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