Las trabajadoras valdemoreñas. Familias, talleres y mercados.

 


Fuente: LAS TRABAJADORAS MADRILEÑAS DEL SIGLO XVIII. FAMILIAS, TALLERES Y MERCADOS 
Victoria López Barahona -Departamento de Historia Moderna, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Madrid.

"Los estudios sobre la protoindustrialización han puesto de relieve las ventajas comparativas que ofrecían las zonas dedicadas a la agricultura para acoger el sector industrial, ya que los periodos de baja actividad agraria liberan manos, mientras que el ganado exige dedicación continua. En las tierras de labor del entorno rural madrileño se compagina el cultivo de alimentos con el de materias primas que luego se transforman en productos industriales.

El grueso de esta producción sale de pequeñas unidades domésticas a través de unas pautas de división del trabajo que inclina la dedicación de las mujeres hacia las manufacturas y la de los hombres hacia la comercialización de las mismas durante los tiempos muertos del trabajo agrario en mercados y ferias.

En la pañería, ambos sexos participan en la producción, aunque mediante una división de tareas que asigna a las mujeres la preparación de la lana, el cardado e hilado, mientras los hombres tejen y abatanan. En el lino, ellas se ocupan del cultivo, empozado y preparación de la hilaza (machacado, espadado, rastrillado) e hilado final, en tanto que el tejido es realizado por los maestros. En el esparto y el cáñamo, la hilaza es tarea femenina y la distribución cosa de hombres.

Los artesanos madrileños acusan la competencia de los productores rurales, de ahí que las ordenanzas de los gremios extiendan su jurisdicción al Rastro de la Corte, lo que les capacita para visitar los talleres de sus localidades. Es la demanda de la ciudad la que explica el crecimiento de las modestas pañerías , las alfarerías o así como industrias más alejadas, como la manchega de calcetas, medias y gorros, o la sedera de Toledo, que consigue expandirse a partir de 1730 gracias al privilegio de poder vender sus géneros al por mayor y menor en Madrid.


La feria de San Mateo, en la plaza de la Cebada, atrae a los esparteros y vidrieros, habituales de los mesones cercanos que les sirven de almacenes. Otras ferias importantes son las de Buitrago, donde se venden frisas, lino y reses vacunas; la de Ocaña, que da salida a los paños de Chinchón; y la de Valdemoro, que, a mediados del Setecientos se ha convertido en un mercado internacional al ser la puerta de entrada de los paños de más consumo en la capital. Los mercaderes de Madrid también acuden a esta feria junto a los intermediarios catalanes y las compañías francesas establecidas en dicha localidad.

Los privilegiados no se muestran inclinados a proteger o favorecer las industrias de sus vasallos, excepto si ven una veta de ganancia en los arrendamientos de molinos u otros medios de producción.

Las subvenciones más sustanciosas van a parar a los agentes mercantiles, asentistas y grandes fabricantes foráneos, para la erección de las llamadas manufacturas centralizadas, que requieren gran inversión en capital fijo. Las primeras protofactorías de este tipo, dedicadas a las pañerías de alta calidad, se fundan a comienzos del XVIII por iniciativa de particulares que se han destacado en el apoyo económico a la causa de Felipe V. Es el caso de José Aguado, director de una compañía de víveres, al que se concede la gestión de una fábrica de paños finos en
Valdemoro, su localidad natal y miembro de su oligarquía. En 1712 emplea a 476 artesanos en 34 telares, casi un tercio de los habitantes de la villa.

La Compañía de Lonjistas, comienza a administrar en 1785 la fábrica textil de
Valdemoro, que fuera fundada por José Aguado, solo que ahora produce artículos de seda, lana, lino, hilo, estambre y un producto nuevo, el algodón. En la segunda mitad del XVIII la industria rural se expande. El incremento de la demanda de construcción en la corte da un empujón al empleo de multitud de trabajadores no especializados. Sin embargo, las industrias textiles van decayendo a medida que avanza el siglo.


Un nuevo canal de aprendizaje: las escuelas-taller

Empleo el término “escuelas-taller”, para designar los establecimientos de producción textil, concebidos como centros de aprendizaje para pobres asistidos, huérfanos, niñas y mujeres adultas de las clases populares de la ciudad y el campo.Resaltamos así la doble vertiente laboral y formativa de estos establecimientos, que ya encontramos en Castilla durante el siglo XVI, aunque es en el XVIII, especialmente en su tercio final, cuando experimentan una notable expansión bajo distintas denominaciones: escuelas de niñas, escuelas gratuitas, escuelas patrióticas, escuelas de hilazas o simplemente escuelas.

Tras la Guerra de Sucesión, la nueva dinastía apuesta por las Reales Fábricas o manufacturas centralizadas de productos de lujo, para cuyos talleres se trae maestros extranjeros.
En Madrid y su entorno rural se abren escuelas de hilazas que surten a la factoría alcarreña y sus sucursales de Brihuega y San Fernando, así como a otras fábricas privilegiadas de tejidos de seda, lana, lino, cáñamo y algodón que se instalan en Nuevo Baztán,
Valdemoro, Vicálvaro y Morata de Tajuña. A finales del siglo, esta última, a cargo del fabricante catalán José March, tiene escuelas-taller en la propia localidad, algo que también ocurre en Colmenar Viejo, Vallecas y pueblos manchegos como Villatobas.

La fábrica de
Valdemoro, dirigida por la madrileña Compañía de Lonjistas, reparte lana para su hilatura en más de veinte escuelas-taller de la Tierra de Madrid y La Mancha, compitiendo incluso con la fábrica de Guadalajara. La mano de obra de estas escuelas es reclutada por las autoridades a través de la coacción a las familias pobres para que envíen a sus miembros más jóvenes a trabajar en ellas, a pesar de que es un trabajo duro y apenas remunerado.

Aunque algunas fábricas abren escuelas para emplear a niños de ambos sexos, las niñas y las mujeres constituyen el grueso de mano de obra y el colectivo principal al que van dirigidos esos centros; una mano de obra que, encuadrada en las escuelas-taller, entra en un circuito de instrucción y producción controlado directamente por el poder central. Este es lo importante. La reordenación laboral que contempla el reformismo ilustrado pasa por profundizar en la división del trabajo basada en la diferencia sexual. Al declarar los oficios textiles “femeninos” y “populares”, se pretende erosionar el control gremial sobre la producción y el mercado de trabajo. Al mismo tiempo, rebaja los costes laborales.

 

Las medidas liberalizadoras del aprendizaje y trabajo femeninos, encaminadas a aflojar el corsé gremial, refuerzan a la postre la subordinación de las mujeres, ya que dicha liberalización se circunscribe a los trabajos definidos como “propios de su sexo”. Y esta es una pieza fundamental del andamiaje ideológico que apuntala el proyecto de reformas que se acelera en el último tercio del siglo XVIII. Sin duda, la expresión más acabada del programa de reformas borbónico la hallamos en los discursos sobre La Industria Popular y La Educación popular de los artesanos y su fomento, que publica en 1774 y 1775 Pedro Rodríguez de Campomanes desde su posición de hombre de Estado. Por estas fechas, en el campo castellano aún sobrevive descapitalizada la industria textil artesanal de base doméstica que se compagina con las tareas agrícolas. En la provincia de Madrid, destacábamos los núcleos de Chinchón, Colmenar de Oreja,
Valdemoro, Colmenar Viejo, Fuenlabrada y Getafe, dedicados a la pañería, mientras que en pueblos de las vegas del Tajo, Henares y Tajuña se transforman las fibras del esparto y el cáñamo.

Aunque el autoconsumo se mantiene en estas industrias domésticas, la necesidad de ingresos monetarios desvía el grueso de sus manufacturas al mercado. En unos casos, estos “fabricantes sin fábrica” se encargan de acercarlas a las ferias y mercados; en otros se las venden a un agente comercial. Estamos, en efecto, ante la industria doméstica dispersa, en la que los productores manejan sus propios medios de producción y controlan todo el proceso de trabajo." 

Grupo familiar en la hora de la costura - 1945

Fuente: El trabajo femenino en Valdemoro: 1920-1990
Ayuntamiento de Valdemoro

"En Valdemoro, municipio de tradición económica agraria, las mujeres, igual que ocurría en otros muchos lugares, simultaneaban las ocupaciones domésticas con las faenas realizadas en el campo, al menos hasta la primera mitad del siglo XX. Pero el desarrollo de la década de los años 60 y el establecimiento de las primeras fábricas en los incipientes polígonos industriales transformó radicalmente el empleo femenino. Generaciones de jóvenes valdemoreñas formaron parte importante de las plantillas de empresas como Milupa, Muebles Anguita o Manufacturas González.

Rendir un homenaje a las mujeres trabajadoras. El cuidado del hogar y la familia, la mano de obra de los establecimientos fabriles, su presencia en hostelería, en enfermería… pero también la igualdad laboral poco a poco se ha ido alcanzando en el municipio. Empleadas de la construcción, de la administración pública, de los medios de comunicación o de las fuerzas de seguridad, por citar algunas de las profesiones aquí representadas, ya no sorprenden a nadie como sucediera hace tan sólo dos o tres décadas."



Josefa Humanes despachando en la tienda de ultramarinos de Nazario -1974





Música: "Mujeres Trabajadoras. La música habla" - Las Carlotas



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