Monasterio de Clarisas de la Encarnación - Todos los detalles



El convento de Franciscanas de Santa Clara de Valdemoro se encuentra situado en el límite sudeste del casco urbano, en la plaza de las Monjas, uno de los puntos de confluencia viaria de mayor trascendencia al coincidir en él la calle de ronda, Luis Planelles, y el importante eje del antiguo Camino Real por la calle Duquesas. Dicha ubicación atrajo un grupo de grandes casonas nobiliarias y de labor que ofrecieron sus fachadas al realce del conjunto urbano, todavía hoy suges­tivo. 

En la parte superior del terreno, en declive hacia mediodía, se sitúa el edificio, muy cercano al casco urbano; la iglesia se abre a la villa y el convento se adosa a su paño meridional, con dos niveles cerca del templo y tres en la zona más alejada, con la ladera sostenida mediante dos gruesos muros de contención de sillería. Se accede al templo directamente desde la vía urbana y al convento a través de un pequeño patio sepa­rado de la plaza de las Monjas por una construc­ción de dos plantas que conforma un angosto atrio con el crucero, hoy vallado en la portada principal del templo. 

Sección, 1989. Arq. José M. González. Archivo de la Consejería de Educación.

Alzado principal, 1989. Arq. José M. González. Archivo de la Consejería de Educación.

Originariamente el conjunto tenía una traza muy compacta que sucesivas ampliaciones han desdibujado. El convento primitivo se componía, básicamente, de la iglesia, el cuerpo principal alrededor del claustro con un nivel semisótano equivalente a la planta baja que no es vaciado en su parte norte debido al desnivel existente en la parcela; en él se situaron el refectorio, cocina, lavaderos, leñeras, cámara para los alimentos y bodega con 15 sibiles o nichos para cubas exca­vadas bajo el claustro y sin revestir -después de la Guerra Civil sólo quedaban 11- así como dos escaleras: la principal, de tres tramos, y otra menor de servicio. Dos puertas permitían la comu­nicación con la huerta.

A nivel de calle, que sería la planta primera y principal, encontramos una forma práctica­mente cuadrada con el claustro en posición central y la iglesia al norte, colindante con el caserío, hecho que permite su uso por los fieles de Valdemoro. El templo se adapta al conjunto del convento mediante unos pequeños ajustes entre el crucero y el claustro con la introducción del comulgatorio y confesionario de las monjas, pero la figura perfectamente regular se rompe al ser un poco mayor la longitud de la iglesia que el ancho de la crujía occidental, lo que provoca un pequeño quiebro en esa fachada. La escalera principal tiene una salida al claustro bajo en uno de sus dos ejes de simetría. En esta planta se sitúan la puerta reglar con el torno y locutorios a los pies de la iglesia, así como la sala capitular, enfermería, sacristía y otras dependencias. Desde dicha puerta reglar se accede a los tornos y locu­torios y después a la iglesia en un trayecto de directriz quebrada típico de la arquitectura hispanomusulmana, comunicado a su vez con el paseo del Párroco Don Lorenzo. Desde el convento no existe comunicación directa con el piso de la iglesia. En el siguiente nivel se encuentra el coro sobre los locutorios y torno, frente al altar mayor, más las celdas de la comunidad, distribuidas alre­dedor del claustro alto. En la planta bajo cubierta se encuentra una cámara o desván. 

Planta baja, 1989. Arq. José M. González. Archivo de la Consejería de Educación.

Planta primera, 1989. Arq. José M. González. Archivo de la Consejería de Educación.

Los componentes principales del complejo conventual son la iglesia y el claustro. La primera tiene planta de cruz latina con una sola nave y crucero en cuyo punto de encuentro se sitúa una cúpula fajeada de media naranja sobre pechinas, buen ejemplar de la carpintería de armar del siglo XVII. La nave se divide en tres tramos con bóveda de cañón y lunetos -con un solo hueco exterior en la nave, otro en el coro y uno más en el crucero-; sencillas pilastras toscanas sostienen un arquitrabe -solución, al parecer, muy usada por Francisco de Mora- que marca el arranque de la bóveda y sirve de apoyo al hueco enrejado del coro. Además de vanos retablos modernos sustituidos tras la Guerra Civil, destaca el del altar mayor, dorado y ensamblado -de estilo barroco-, que se compone de dos cuerpos más ático apoyados en el basamento de mármol y una calle, que aloja un gran lienzo de la Encarnación y otro menor de El Calvario en el ático del retablo, rematado por dos entretalles con sendas hornacinas de venera. El coro antiguo, sin uso actual, se quiere reutilizar como museo.

El claustro es cuadrado, de dos plantas y tiene cinco huecos con arcos de medio punto en cada panda y nivel, el piso alto, de menor altura, se cierra con un antepecho. Se realiza de ladrillo visto con machones de pie y medio, sencillas basas, zapatas y arco formado con piezas de medio pie a sardinel más una hilada superior, la imposta y la cornisa se hacen asimismo a sardinel, como la albardilla del antepecho. Todas las pandas se encuentran decoradas con un importante conjunto pictórico referido a la Pasión de Cristo y al santoral franciscano.

Vista interior de la iglesia hacia el altar mayor.

La simplicidad espacial se traslada al exte­rior directamente, cuyo volumen más caracterís­tico es el de la iglesia, especialmente desde la calle del Párroco Don Lorenzo, mientras que visto el conjunto desde el valle meridional se subraya el propio convento, que en esta orientación -como ya se ha señalado- tiene tres plantas frente a las dos de la fachada contraria. El edificio se cierra con aparejo toledano, es decir, cajas de mampuesto encerradas entre rafas de ladrillo con esquinales y recercados de huecos de este material. En la iglesia destaca la portada de piedra de Colmenar, obra representativa del barroco madrileño del siglo XVII y similar a las existentes en los Monasterios de Carmelitas de Yepes (Toledo), Medina de Rioseco (Valladolid) y Lerma (Burgos), edificios donde trabajó el carmelita Fray Alberto de la Madre de Dios. Se formaliza con un gran hueco adintelado con moldura de orejas superpuesta a un orden apilastrado posterior con arquitrabe, friso y cornisa. Un frontispicio remata dicho conjunto -como señalaba el pliego de condiciones de la obra del año 1613- que alberga un nicho y estatua de Santa Clara rodeado de pilastras toscanas que sostienen un frontón curvo, acompañadas lateralmente por dos plintos con bolas en relieve y sendas volutas para unir ambos elementos. Dos escudos -uno pertene­ciente a la Casa de Lerma- escoltan dicho remate superior. El tratamiento de los alzados está cercano al convento de San José de Ávila, de Francisco de Mora, y al monasterio de la Encarnación de Madrid, de Juan Gómez de Mora y Fray Alberto de la Madre de Dios. Otras dos puertas menores, una a cada lado, se construyen del mismo mate­rial -piedra blanca- que el resto, compuestas simplemente de dos jambas y dintel superior con arco de descarga de ladrillo a sardinel; la occidental, cegada, se abre a la iglesia, mientras que la oriental, en uso, sirve al pasillo de acceso a la misma desde la puerta reglar .

La cabecera en la actualidad muestra el juego de volúmenes interior de la capilla mayor, los brazos del crucero y la cúpula, así como las habi­taciones laterales -que albergan unas escaleras-, en fotos de principios de siglo se puede ver como la esquina nordeste crece en una planta para enrasarse prácticamente con la cornisa del templo, situación que acepta Fernández-Urosa, arqui­tecto restaurador del conjunto después de la Guerra Civil, pero mejora con una cubierta común a dicho elemento y capilla mayor. A los pies encontramos una sencilla espadaña encalada de dos cuerpos con un hueco de campanas de medio punto. El pequeño y alargado espacio que conforma la fachada de la iglesia, la nave del crucero y el cuerpo revestido de yeso añadido posteriormente fue cerrado con una verja de obra de fábrica y cerrajería que desmerece dentro del conjunto. 

Vista interior de la iglesia hacia los píes.

El cuerpo del convento, hoy con diversos añadidos, se realiza con el mismo aparejo tole­dano que la iglesia, con huecos abiertos -con arcos adintelados de ladrillo a sardinel- en los machones de obra de fábrica que se suceden verticalmente. En el lado occidental se le añadió antes de mediados del siglo XIX dos alas perpen­diculares: una algo retranqueada en fachada y otra que unía con el bloque principal un cuerpo de características constructivas y formales simi­lares, pero de menor altura. En la fachada oriental, en cambio, se construyen otros dos cuerpos encalados y formalmente conectados con la arquitectura popular, paralelos a la calle del Párroco Don Lorenzo y que conforman un patio de acceso al convento; se les adosa un pequeño cuerpo en L con el ala más antiguo, abierto a dicha calle y a la plaza de las Monjas -anterior a 1851—- El otro cuerpo, que es el meridional, integra varias aulas con grandes huecos y, según sus características formales, debió erigirse en los años 40 del siglo pasado, o bien constituye una de las partes de la reconstrucción de esta fecha. Otro elemento perpendicular a éste, con fachada a la calle del Duque de Lerma, ha desaparecido. 
Estructuralmente el edificio está organizado mediante dos tipos de muros de carga: los de tapial o mampuesto concertado y rafas de ladrillo, para el cerramiento exterior -al modo del aparejo toledano -, y los de fábrica de ladrillo, en el claustro, todos ellos sobre cimientos de piedra y yeso y zócalo de cantería de piedra blanca bien labrada. Los forjados de planta baja se realizan sobre bóvedas de cañón y los restantes de viguetería de madera y bovedillas de yeso y lanchas con pavimentos de ladrillo, a excepción de las habitaciones secundarias con tendidos de yeso. La escalera principal también se hace sobre bóveda de cañón y el peldañeado es de madera. La cubierta se realiza a dos aguas con armaduras de par e hilera y entablado que sostiene la teja curva árabe; sobre la cúpula del crucero de la iglesia se organizan cuatro aguas con una exce­lente armadura de carpintería de armar -dibu­jada por Cervera Vera-. 

Las tres fachadas sur, este y oeste, propia­mente las de la zona claustral, con tres plantas, tienen una composición autónoma respecto al alzado principal, el de la iglesia. Los huecos se ordenan en dos niveles: el inferior, en planta baja, sobre un zócalo que va perdiendo altura según ascendemos por la ladera, que se separa del superior por una imposta, cuyos huecos, perte­necientes a la planta de acceso y primera, presentan curiosos ventanucos intercalados entre ellos. La fachada principal, la septentrional, tiene un eje en la única portada y consigue movimiento dentro de su austero desarrollo gracias al brazo del crucero sobresaliente y el juego de volúmenes de las cubiertas. La unión entre este alzado tan abstracto y sobrio con los más pragmáticos y variados del resto del convento se realiza mediante la homogeneidad de los materiales, tratamiento de los paramentos y volumetría general. 

Noticias de la fundación del convento 
Archivo del Monasterio de la Encarnación de Valdemoro

El esquema del monasterio es el clásico de esta tipología edificatoria a primeros del siglo XVII: iglesia de cruz latina en dirección este oeste con acceso por el norte a la calle, claustro de tres crujías al sur prácticamente encajado en la fábrica de la iglesia, que constituye uno de los elementos más interesantes por su concepción y formalización de ladrillo.

En un primer momento, en 1609, se esta­bleció el grupo fundador proveniente de las Descalza Reales de Madrid en el hospital de San Andrés de la villa, situado en la calle Grande y propiedad de la cofradía de San Sebastián, hasta la conclusión del convento en 1616 bajo el patro­cinio del duque de Lerma, valido de Felipe III y hombre poderoso de la monarquía española en este momento. Precisamente el rey y la reina, Margarita de Austria, asistieron al traslado de las religiosas y las honraron con diversas dádivas. En un primer momento la comunidad se componía de ocho monjas, cuatro de ellas nobles -tres familiares del duque -. 

El duque compró los terrenos para la erec­ción del convento en las afueras de Valdemoro en el entorno de la fuente de la Villa. Para financiar la construcción negoció con la villa de Valdemoro una serie de beneficios a cambio de la exención de varios servicios, como el de carros de guía de la corte; asimismo Paulo V le permitió enajenar los bienes de la Cofradía de San Andrés a favor de la cons­trucción. 

El tratamiento de las fachadas, similares a las del convento de la Encarnación de Madrid y de las trazas de la Zarzuela y otras casas madri­leñas, han hecho atribuir la autoría de las del convento de Valdemoro a Juan Gómez de Mora, al que se requirió como experto para el desa­rrollo de la obra, aunque es posible que conti­nuara las realizadas por su tío Francisco de Mora -fallecido en 1610, un año después que defi­niera los corredores de la nueva plaza pública-, como sucedió en el resto de obras del arquitecto fallecido. La redacción de las condiciones del contrato y ejecución de la misma se realizaron por Pedro de Lizargárate, aparejador, y Fray Alberto de la Madre de Dios, técnico e incluso tracista de algunas obras del círculo del duque de Lerma. El constructor Fernández Hurtado, que no puso los materiales, firmó el contrato en 1613 y en 1616, prácticamente acabada, instaló las vidrieras de las ventanas de la iglesia, la cerra­jería y las esteras de pavimentos. 

Antigua vista desde el camino de lllescas. Memoria de Valdemoro I. Fotografías.

El propio duque de Lerma organizó la provi­sión de los materiales de construcción, entre los que reseñamos 15.000 carros de piedra de mampostería con 40 arrobas cada uno, 400.000 ladrillos, 64.000 tejas y 18.000 fanegas de cal. Procedía de canteras de Pinto la piedra blanca en sillares bien labrados, solados de ladrillo de Valdemoro y madera de Cuenca para carpintería. Encargó el duque al escultor Antonio Riera los dos escudos laterales de la portada de la iglesia, terminados en 1615, y quiso traer el agua a una fuente en la huerta desde la "fuente vieja", situada en el camino de Illescas -fuente de la Villa-, para lo que se requirieron 4.000 caños de cerámica, además de los necesarios de plomo y llaves de bronce; los trabajos duraron tres años, de 1616 a 1617, y fueron realizados por el fonta­nero que el duque contrató para su casa y huerta de la Carrera de San Jerónimo, Felipe González. Se localizó también en la huerta del convento un estanque y se cercó con tapia, ambas obras realizadas por Fernández Hurtado y terminadas en el año 1618. 

Los Reyes inauguraron el convento y se procedió a entoldar y engalanar las calles para trasladar a las monjas en procesión. A mediados del siglo XVIII tenía 19 religiosas y una novicia.

La comunidad contaba con magníficas propiedades, entre las que se incluían casas, molino de aceite, tierras, eriales y viñas. Su patri­monio se vio mermado tras las desamortiza­ciones, aunque el convento se mantuvo en funcionamiento.

En 1809 los dos conventos de la villa, el de carmelitas calzados y el de franciscas descalzas, son suprimidos por orden real, pero no se hace efectivo en la comunidad religiosa que estamos tratando.

Valdemoro. Litografía de Pie de Leopold, dibujo de J. Mieg, 1851. Reales Sitios.

Desconocemos en qué fecha se amplía el núcleo de la edificación, pero a mediados del siglo XIX y en una vista meridional del convento de J. Mieg litografiada por Pic de Leopold, se puede divisar la huerta, con su muro y pequeñas edificaciones, así como el cuerpo del convento y los muros de contención laterales, tras los cuales se aprecian diversas construcciones adosadas que deformaron la imagen exterior del conjunto. El cambio más significativo es el patio de acceso desde la calle Duque de Lerma, cerrado por un cuerpo en L adosado al alzado este de la fábrica primitiva y desarrollado a escuadra al norte lindando con la plaza de las Monjas, otra edifi­cación nueva al sur y una tapia con portalón de dos hojas protegido por un soportal. El primer cuerpo se dedicaba después de la Guerra Civil a vivienda de la demandera y huéspedes, en la planta baja, y alojamiento del capellán en la segunda, y la edificación meridional que cerraba el patio, también originariamente en L y de una planta a modo de galería sobre el denominado patio de vacas, se componía en este momento del siglo XX de diversas aulas abiertas al sur al patio de las vacas, en un nivel inferior y que daba servicio a los establos, gallineros, porquerizas y dependencias relacionadas con la actividad agro­pecuaria. Asimismo, en la nueva fachada a la calle Duque de Lerma se desarrollaba otra nave y en la fachada occidental del convento un grupo de habitaciones auxiliares. El tratamiento de estos nuevos edificios se intentaba adaptar a las pautas estéticas del original utilizando aparejo toledano y cubiertas de teja curva cerámica; las aulas se formalizan con muros revestidos de yeso, grandes ventanales y cubierta a dos aguas de teja cerá­mica curva, y el cuerpo de la plaza de las Monjas tiene una imagen similar, seguramente por ser los elementos más cercanos al casco urbano. Dicha ala norte que prolonga la fachada prin­cipal del templo es, sin duda, la construcción que ha proporcionado un mayor cambio de la imagen urbana del convento, pues si originaria­mente se abría al espacio creado por el ensan­chamiento de la calle del Párroco Don Lorenzo para ofrecer la potente esquina nordeste de la iglesia y su espadaña a la villa, esta arista se oculta con dicha edificación añadida, que cons­tituye la primera visión del conjunto retrasando definitivamente la fachada principal del convento a un segundo plano. 

En la parte suroeste del conjunto se realizó el denominado patio del lavadero, que contaba con lavandería y fosa séptica en su plano infe­rior, mientras que en el superior había una enfer­mería asimismo abierta a otro patio septentrional, el de la ropa, con unos cobertizos; en un tercer nivel de dicho cuerpo se introdujeron varios roperos y los retretes, según la distribución de la centuria anterior, pero en 1851 los volúmenes principales ya estaban construidos


Sección longitudinal de la iglesia. Reconstrucción de L. Cervera Vera. Boletín de la Sociedad Española de Excursionistas

Desde 1900 establecieron las monjas Clarisas una escuela femenina gratuita con unas cien alumnas anuales hasta la Guerra Civil, atendidas en las aulas del patio de acceso nororiental.

Durante la Guerra Civil fue saqueado el convento y posteriormente sufrió la cercanía del frente y su habilitación como cuartel de las fuerzas nacionales hasta después de acabada la guerra, lo que supuso la destrucción de la mayor parte de sus solados por permitir la entrada de las caballerías, que llegaron a alojarse en el desván subiendo por la escalera principal, que quedó prácticamente derruida. Toda la madera fue utilizada por las tropas, por lo que desaparecieron gran parte de los forjados, arma­duras de cubierta, carpinterías y solados. Además, el claustro central perdió parte de los tímpanos de fábrica entre las pilastras, se derruyó la galería del noviciado y su cubierta y la iglesia fue alcan­zada por un proyectil en la cúpula. El estado del edificio, en general, era lamentable, razón por la que Dirección General de Regiones Devastadas encarga al arquitecto Luis Fernández-Urosa el proyecto de reconstrucción del mismo, presen­tado en 1940 y centrado principalmente en la parte escolar, que se tuvo prácticamente que reconstruir, aunque se intervino en todo el conjunto.

En este momento el edificio tenía casi 2.000m. divididos en sótano, plantas baja y prin­cipal y desván. La distribución era la siguiente: en los sótanos se instaló el Refectorio, cocina, claustro, lavadero y dependencias de servicio con almacén y acceso a las cuevas, patios y huerta con gallinero, establo, porqueriza, etc.; en planta baja, la iglesia, pabellón de clases, ropero de la escuela, Sala Capitular, enfermería y anexos. Sacristía, claustro, coro bajo y vivienda de la demandera y huéspedes, con el patio central a nivel de esta planta y otro de servicio; en la planta principal o primera se encontraba el noviciado con su capilla y galería, celdas de la comunidad, segunda altura de la Iglesia, antecoro y coro alto, claustro con diversas capillas y sala de labor, locales, vivienda del capellán, ropero general y retretes; en la cubierta, la Tribuna de Vistas y la cámara o desván con acceso al campanario. Los tres niveles se comunicaban mediante una esca­lera principal y varias secundarias.

La construcción que reseñó Fernández-Urosa, describiéndola como muy cuidada, es similar a la original del siglo XVII con algunos cambios mínimos: documentó fábrica de ladrillo con entra­mados de madera, seguramente en muros de partición; algunas escaleras menores se recons­truyeron a la catalana, así como varios solados, rehechos con mosaico, baldosa, entarimados y cemento continuo; asimismo, al exterior algunos revestimientos se sustituyeron por enfoscados de cemento.

En el año 2000 fue aprobada la reforma de la cubierta por la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.

El Convento de las Clarisas está incluido dentro del Bien de Interés Cultural del conjunto de Valdemoro.



Música:
Concierto de Villancicos Clarisas Valdemoro - 27 de diciembre de 2016
(IV Centenario convento de las Clarisas de Valdemoro 1616-2016)

Documentación
Archivo General de la Administración. Regiones Devastadas, sigs. 2.734 y 20.123. Proyecto de reconstrucción del edificio de la Iglesia, Colegio y Convento Rds. Madres Clarisas Religiosas Franciscanas de la Villa de Valdemoro, 1940. Arqto.: Luis Fernández-Urosa.


Bibliografía
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BAÍLLO, R. Valdemoro. Madrid: Rubiños, 1891. CERVERA VERA, L. "El Señorío de Valdemoro y el convento de Franciscanas fundado por el duque de Lerma", Boletín de la Sociedad Española de Excursionistas, 1954, págs. 27-89. FEO PARRONDO, F. Fincas rústicas desamorti­zadas en la Provincia de Madrid (inédito). Madrid: Consejería de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda, 1984. MARÍN PÉREZ, A. Guía de Madrid y su provincia (tomo 2). Madrid: Escuela Tipográfica del Hospicio, 1888-89.

MUÑOZ JIMÉNEZ, J. M. Fray Alberto de la Madre de Dios, arquitecto (1575-1635) Santander: Ediciones Tantin, 1990.