D. Ramón Macías de la Cruz, el practicante de Valdemoro
La histórica calle "del Ciprés" con un trazado en curva y descendiente hacia el Norte, ya aparece perfectamente delimitado en el plano catastral de 1867, el más antiguo de los que se conservan, aunque no figura el nombre de la vía. Sin embargo, el padrón de 1895 sí deja constancia de su primera denominación, Del Ciprés, en donde aparecen un total de 17 personas inscritas en los dos números de que disponía la vía. Se dio la circunstancia de que en sus escasos 55 metros convivían vecinos procedentes de Navarra, Lugo, Cuenca, Málaga y Toledo, además de los nacidos en Valdemoro.
Se supone que su denominación se debe al árbol de grandes dimensiones que estuvo plantado al comienzo de la vía, al menos hasta mediados del siglo pasado, una denominación que se cambió el 31 de marzo de 1955 por la de ‘Capitán Cortés’.
Cuando adopta este nombre, Valdemoro contaba entre sus vecinos más destacados con don Ramón Macías de la Cruz, que había llegado a la localidad en julio de 1943 destinado como cabo de la Benemérita.
1956.- Veterinario (Hermano de Tierno Galvan), Quintin Torrejón (juez de paz), D. Lorenzo (Párroco), Doctor D. Rogelio, Cap. Tostón y Ramón Macías
Ramón Macías de la Cruz nació en Los Barrios (Cádiz) el 30 de julio de 1909. Era el segundo de una humilde familia de ocho hijos. Su padre era carabinero lo que le llevó a vivir en distintos lugares de la costa andaluza. Aunque en Valdemoro se le conoció por su profesión de practicante, había hecho numerosos trabajos desde los siete años: partió piñones y almendras, sembró pinos en la zona costera de Huelva y fue peón de albañil. Hasta el momento de incorporarse al servicio militar, ya con 19 años, carecía de formación ni tan siquiera elemental. Es durante este periodo cuando aprende a leer y escribir y adquiere una enorme afición a los libros, un gusto que mantendrá hasta el final de su vida. Tanto es así que decide reengancharse en el ejército por la posibilidad que le ofrecía de seguir estudiando.
Finalmente se licenció como soldado con una excelente experiencia como jinete, gracias a su destino como desbravador de caballos. Además, a partir de entonces se le abren las puertas a una formación superior. En este momento comienza su periplo en la Benemérita, en donde dio buenas muestras del tesón que le caracterizaría a lo largo de su vida. En un primer intento por ingresar en el cuerpo, se le rechaza en una revisión médica al comprobar que padece una alta miopía. Antes de que el certificado le diera como inútil, desiste del intento. Más tarde llegó su segunda y definitiva oportunidad. En una nueva convocatoria de personal de la Guardia Civil, decide volver a presentarse y el mismo facultativo que le sometió a las pruebas con anterioridad resuelve admitirlo, no se sabe a ciencia cierta si por su perseverancia o porque en esos momentos estaban muy necesitados de efectivos.
Con anterioridad al inicio de la Guerra Civil (1936) estuvo destinado en Barcelona, donde comenzó los estudios de practicante, a distancia y valiéndose de los libros de las bibliotecas públicas. Durante el conflicto bélico solicita distintos destinos siempre en ciudades – Zaragoza, Toledo y Madrid - para seguir teniendo acceso al material bibliográfico prestado que le permitiera seguir avanzando en el conocimiento de la que sería su profesión.
Finalmente se licenció como soldado con una excelente experiencia como jinete, gracias a su destino como desbravador de caballos. Además, a partir de entonces se le abren las puertas a una formación superior. En este momento comienza su periplo en la Benemérita, en donde dio buenas muestras del tesón que le caracterizaría a lo largo de su vida. En un primer intento por ingresar en el cuerpo, se le rechaza en una revisión médica al comprobar que padece una alta miopía. Antes de que el certificado le diera como inútil, desiste del intento. Más tarde llegó su segunda y definitiva oportunidad. En una nueva convocatoria de personal de la Guardia Civil, decide volver a presentarse y el mismo facultativo que le sometió a las pruebas con anterioridad resuelve admitirlo, no se sabe a ciencia cierta si por su perseverancia o porque en esos momentos estaban muy necesitados de efectivos.
Con anterioridad al inicio de la Guerra Civil (1936) estuvo destinado en Barcelona, donde comenzó los estudios de practicante, a distancia y valiéndose de los libros de las bibliotecas públicas. Durante el conflicto bélico solicita distintos destinos siempre en ciudades – Zaragoza, Toledo y Madrid - para seguir teniendo acceso al material bibliográfico prestado que le permitiera seguir avanzando en el conocimiento de la que sería su profesión.
En julio de 1943 le trasladan al Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro, ya había alcanzado la graduación de cabo de la Guardia Civil. Unos meses más tarde, en noviembre, obtiene la plaza de practicante titular de la localidad y empieza a ejercer sus dos vocaciones.
Más allá de administrar inyectables, se encargó además de atender partos, hacer curas, dar puntos, escayolar y emitir juicios médicos tan certeros que sorprendían a los propios facultativos y aún hoy son recordados.
En 1952, no contento con alternar dos profesiones, don Ramón inicia su carrera militar, accede a teniente del Ejército de Tierra y obtiene la cartilla que le autorizaba para ejercer en la sanidad de este cuerpo. A pesar de esta nueva situación, sigue vinculado al Colegio de Guardias Jóvenes e incluso se le concede una gracia especial para que pueda seguir vistiendo el uniforme de la Benemérita.
El camino de Torrejón (hoy calle Libertad) fue el primer domicilio de la familia y de la consulta del practicante. En 1966 se trasladan al nº 3 (hoy 5) de la calle Capitán Cortés, donde construyen una casa de dos plantas y cuatro viviendas. En la primera se ubica el consultorio, por el que pasaba prácticamente todo Valdemoro en busca del remedio de don Ramón a sus males. Y es que la mayoría de los vecinos tenían una iguala con el practicante, es decir, un contrato mediante el cual éste prestaba sus servicios a cambio de un importe mensual.
En el ejercicio de su profesión era tan meticuloso que nunca ponía una inyección sin proceder previamente a leer el prospecto y si consideraba que no era una medicación adecuada no le importaba rebatir el criterio médico. Los pacientes siempre le hacían caso. Según anécdotas que han trascendido, su contemporáneo el doctor Rogelio Casal Martín le llegó a enviar a su propio hijo para que le aplicara sus conocimientos colocándole un hombro dislocado. Aunque había una comadrona oficial que ocupaba la plaza, era al practicante don Ramón al que avisaban las vecinas para que acudiera a asistir a los partos, tarea que llevaba a cabo ayudado por su esposa. La confianza que inspiraba en las parturientas hizo que la mayoría de los niños y niñas, hasta mediados de los sesenta, viera la luz gracias a su pericia.
Tampoco eran exactamente de su competencia labores como realizar curas, sin embargo, fueron muchísimas las ocasiones en las que los enfermos encontraron consuelo en su profesionalidad, que siempre iba acompañada de grandes dosis de humanidad.
Siempre estaba con los vecinos más necesitados. De ello da buena muestra su enorme paciencia y la tranquilidad que transmitía con su conversación pausada. Quizá debido a que nunca olvidó sus orígenes humildes, a los vecinos que atravesaban una mala situación económica y no tenían Seguridad Social no les cobraba sus servicios.
Por otra parte, siempre conservaba las medicinas que sobraban de determinados tratamientos para aprovecharlas con los más necesitados. Todo ello hace que después de su muerte muchos pacientes le recuerdan con cariño. Según relata su hija Ana Mª con orgullo, incluso hoy día la siguen parando por la calle para decirle que gracias a los consejos o a las atenciones de don Ramón alguien de su familia sigue con vida.
Era un trabajador incansable que nunca se tomó vacaciones, ni estuvo de baja, a pesar de que a veces tuvo que atender su consulta con fiebre o algún malestar que él mismo se trataba.
Su vocación asistencial era tan fuerte que, aparte de salir siempre con su cartera de primeros auxilios por si tenía que ayudar a alguien, su horario se extendía a lo largo de las 24 horas del día, sobre todo durante la época en que se empezó a utilizar la penicilina. Ponía inyectables cada tres o cuatro horas, por lo que era habitual verle por la noche acudir a los domicilios de los enfermos. Esta actividad dejó de realizarla en torno a los años setenta, cuando empezaron a construirse edificios altos, sobre todo porque para entonces contaba con una edad avanzada y comenzó a tener dificultades para subir las escaleras.
Era un trabajador incansable que nunca se tomó vacaciones, ni estuvo de baja, a pesar de que a veces tuvo que atender su consulta con fiebre o algún malestar que él mismo se trataba.
Su vocación asistencial era tan fuerte que, aparte de salir siempre con su cartera de primeros auxilios por si tenía que ayudar a alguien, su horario se extendía a lo largo de las 24 horas del día, sobre todo durante la época en que se empezó a utilizar la penicilina. Ponía inyectables cada tres o cuatro horas, por lo que era habitual verle por la noche acudir a los domicilios de los enfermos. Esta actividad dejó de realizarla en torno a los años setenta, cuando empezaron a construirse edificios altos, sobre todo porque para entonces contaba con una edad avanzada y comenzó a tener dificultades para subir las escaleras.
En el año 1975 el practicante D. Ramón, con 66 años, decide trasladarse de su casa de la calle Capitán Cortés, de donde ya se había marchado su prole, a un piso situado en el pasaje de Colón, próximo al de su hija, que aún sigue viviendo en la localidad, igual que dos de sus cuatro hermanos. En este mismo emplazamiento instala el que habría de ser su último consultorio, concretamente en el local que actualmente ocupa un negocio de apuestas. Aquí sigue ejerciendo de practicante hasta que se jubila a la avanzada edad de 70 años.
En su familia le recuerdan como un lector incansable de enciclopedias de medicina, lo que le hacía mantener actualizados sus conocimientos de anatomía, así como de las patologías y de sus síntomas.
Además de intelectual, también se manejó con destreza en la hípica, ya que fue desbravador de caballos durante el servicio militar y mantuvo la afición a lo largo de su vida, practicando en el Colegio de Guardias Jóvenes. También debido a que se había criado en las costas de Cádiz y Huelva sabía nadar como muy pocas personas en su época.
Muy concienzudo en su trabajo, eran habituales en su comportamiento, sin embargo, los pequeños despistes que le hacían salir a la calle mezclando vestimenta militar con sombrero civil y al revés o llegar maltrecho, tras haber caído en alguna zanja de la calle en sus periplos nocturnos hacia los domicilios de los pacientes. Con respecto a su profesión, solo le oyeron quejarse de que las madres valdemoreñas amenazaran a sus pequeños con llevarles a la consulta de don Ramón si se portaban mal.
1968 - Visita del Príncipe (Actual Rey de España) al ‘Corralillo’
Este hombre hecho a sí mismo, de aspecto serio pero con un gran sentido del humor, moría el 15 de octubre de 1981 a consecuencia de una neumonía; ésta fue la causa oficial pero su hija recuerda que el médico les dijo a título privado que estaba agotado. Sólo habían pasado dos años desde que abandonara el ejercicio de su profesión sanitaria que, además, había alternado con la Guardia Civil y militar del Ejército de Tierra.
En la memoria de los valdemoreños de más edad nunca dejará de ser el practicante don Ramón. Con este mismo propósito, el Ayuntamiento decide en 1983 homenajearle por méritos propios, incluyéndole en el callejero, bautizando la antigua calle del Ciprés y Capitán Cortés como Practicante D. Ramón Macías.
Fuente: asociacionpolilla.com - Boletín de la asociación de antiguos alumnos de los colegios de la Guardia Civil - 2010
Música: Paco de Lucía
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