Pozos de Nieve


Imagen de la calle Pozo Chico desde su confluencia con Alarcón, Nicasio Fraile y Tirso de Molina, espacio conocido popularmente como “Las cuatro esquinas". Años cincuenta del siglo XX 

Los pozos de nieve desempeñaron un papel esencial en la sociedad y la economía no sólo de Valdemoro, sino de toda España, entre los siglos XVII y XVIII. Eran un negocio floreciente que reportaba beneficios a las arcas municipales y también a la Real Hacienda, en unos tiempos en los que la nieve y el hielo constituían el único medio posible para conservar y mantener fríos los alimentos.

Hoy día, la calle Pozo Chico es un topónimo que podría remitir a la existencia de un nevero en esa zona del muni­cipio. Hasta tres llegó a tener Valdemoro, dos de ellos regentados por la cofradía de la Minerva y el tercero por el cabildo de San Pedro.

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento. El Coronel Aureliano Buendía recordaba aquella tarde remota en la que su padre le llevó a conocer el hielo”
Cien años de soledad - Gabriel García Márquez 

Se descubrieron sus posi­bilidades terapéuticas en hemorragias, inflamaciones y dolores y la utilidad del frío natural para la conserva­ción de los alimentos y para hacer más llevaderos los rigores estivales. Factores decisivos todos ellos que con­virtieron a la nieve y el hielo en artículos de primera necesidad, casi equiparables al pan.

Con el tiempo su uso se fue extendiendo y dejó de ser una mercadería exclusiva de las clases altas para popu­larizarse. La demanda se incrementó de forma espectacular. Fue entonces cuando el agua congelada pasó a ser sinónimo de bienestar y, claro, objeto de intercambio mercantil sobre el que recaía una elevada presión fiscal y un control exhaustivo de su comercio por parte de las autoridades.

En Madrid y su entorno y también en la Corona de Castilla fue un avispado catalán, Pablo Xarquíes, el que consiguió el permiso del monarca Felipe III, a través de un privilegio real de 1607, para explotar en exclusiva el comercio del hielo y la nieve. Xarquies se hizo así con el monopolio del frío.

Era el punto de partida para que lo que empezó siendo una modesta empresa familiar establecida en la entonces denominada calle Alta de Fuencarral en Madrid, se transformara pronto en todo un emporio con 'franquicias" en un buen número de municipios madrileños y castellanos. Era la Casa Arbitrio de la nieve y el Hielo de Madrid y el Reino, que estuvo ope­rativa entre 1607 y 1863. 

Una de sus delegaciones estuvo en Valdemoro. Xarquíes cedía sus derechos monopolísticos mediante una licencia de arrendamiento que, en el caso de Valdemoro adquirió la cofradía de la Minerva, con sede en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción. Así entraron en funcionamiento el pozo grande y el chico.


Años después fue el cabildo de San Pedro, también establecido en la iglesia parroquial, quien decidió hacer la competencia a la hermandad de la Minerva.

Tanto ésta como el hielo tenían un precio similar que osciló entre los 12 y los 18 maravedíes la libra, aunque en tiempos de escasez llegó a alcanzar los 24 maravedíes.

Claro que no todo eran beneficios. El manteni­miento de los almacenes de hielo y nieve requería de atención constante para garantizar la conservación del agua helada y evitar las pérdidas que ocasionaba su derretimiento. Los libros de cuentas de la cofra­día de la Minerva, que custodia el Archivo Parroquial de Valdemoro, reflejan claramente ganancias y gastos de mantenimiento entre los que -amén de los 330 reales por año que abonaban al titular del privilegio de explotación- se contaban las obras de acondicionamiento constantes.

Catastro de Ensenada 1753, 
menciona la existencia de un pozo de nieve.

Las inmediaciones de Somosierra, Navacerrada, Peñalara, los ventisqueros de Colmenar Viejo y espe­cialmente la casa-solar que Xarquíes poseía en el con­cejo de Chozas (hoy Soto del Real) fueron los princi­pales puntos de aprovisionamiento de hielo y nieve.

Las expediciones desde estas localidades para hacer llegar a la capital cantidades ingentes de producto eran frecuentes y se realizaban con periodicidad diaria a eso de las seis de la mañana.

La época de trabajo más duro comenzaba a finales del invierno o en los albores de la primavera. Era entonces cuando las cuadrillas de hombres que ejer­cían el oficio de neveros recogían en capazos las nie­ves tardías, las más resistentes, y las llevaban a los depósitos en serones especiales donde se las aislaba con paja. El transporte se efectuaba en carros tirados por cuatro mulas en horario nocturno para evitar que las altas temperaturas diurnas transformaran el hielo en agua. Los viajes de nieve eran, en definitiva, toda una heroicidad que se pagaba a 11 reales la carga.

La Casa Arbitrio de la calle Alta de Fuencarral era el almacén central de abastecimiento del imperio del frío montado por Xarquíes y de allí se distribuía a los pue­blos de los alrededores de Madrid, Valdemoro incluido, donde se ponía a la venta en tabernas, abacerías y alo­jerías (establecimientos en los que se comercializaba la aloja, una bebida refrescante elaborada a base de agua miel, canela y otras especias que cada alojero mezclaba a conveniencia).

Sección y planta de un pozo de nieve

Los pozos eran unas construcciones generalmente de planta circular, constaban de una profunda cavidad en el suelo que era la que hacía las veces de almacén, sobre la que se levantaba una bóveda de no demasiada altura construida con piedras, que tenía por objetivo proteger la nieve y el hielo de los nocivos efectos de la luz solar. El acceso de los operarios a esta cripta abovedada se realizaba por una pequeña puerta, mientras que el agua de deshielo salía a través de un desaguadero abierto en la parte interior. Su capacidad de almacenaje oscilaba entre las .000 y las 10.000 arrobas (92.016 y 115.020 kilos)

Tanto la nieve como el hielo se depositaban juntos en la parte subterránea del pozo, separados por capas de paja y cubiertos con sal y, a veces, con estiércol que actuaban como aislantes naturales.

Guando llegaba el verano, cada pozo tenía un respon­sable cuya misión era vigilarlos y vender, siempre des­pués del crepúsculo, el nielo al por mayor a botilleros o abaceros que luego eran los encargados del comercio detallista de agua helada.

Dibujo de los pozos de nieve del Real Sitio de Aranjuez

el pozo grande y el chico

Por lo que se refiere a Valdemoro, con los dos neve­ros con que contó primero y el que luego puso en mar­cha el cabildo de San Pedro estaba bien servido.

Si bien se desconoce la ubicación de todos ellos, pudiera ser que al menos uno de la cofradía de la Minerva, el que aparece en las cuentas de la hermandad con el nombre de "pozo chico", se levantara en la calle del mismo nombre. De hecho, esa vía se llamó por un tiempo Pozo Chico de la Nieve.

El pozo grande fue el primero en construirse (1668) aunque para sufragar las obras, la cofradía hubo de empeñarse con un censo o préstamo por el que debía abonar 150 reales de vellón anuales, en calidad de rédi­tos, al convento de las Descalzas Reales de Madrid.

Sin embargo, el pozo chico -ubicado en un extremo del pueblo próximo al camino real, se compró ya construido, un año después, por 1.325 reales.


No es, sin embargo, hasta 1670 cuando los cofrades tramitan la autorización para comercializar la nieve, comprometiéndose a pagar 330 reales por año durante los tres lustros por los que se les otorga la licencia.

Entre 1674 y 1680 las ventas del pozo grande pasa­ron de 14.228 reales a 22.000, mientras que las del pozo chico descendieron en 1.000 reales, de 5.800 a 4.800.

Ya en los primeros años del siglo XVIII los gestores de los pozos valdemoreños decidieron proveerse de materia prima ahorrándose los costes de transporte de la nieve desde los ventisqueros serranos o, al menos, incrementar la producción. Así fue como se habilitaron en el pueblo unas charcas o balsas para almacenar agua que se congelaba por acción de las bajas temperaturas en las noches de invierno. Según figura en las cuentas de la cofradía la inversión ascendió a 76 reales.

Los dos pozos y este nuevo recurso productor de hielo garantizaron a Valdemoro un abastecimiento de frío natural tan importante que incluso llegó a expor­tarlo a la capital.

Pero en pocos años dejaron de ser necesarias tanto las balsas como los propios pozos. El negocio, en Valdemoro, inició un declive en la década de los veinte del siglo XVIII que llevó a la desaparición de los neve­ros y de todo el entramado económico y comercial que se había desarrollado en torno a ellos.

De hecho, en el Catastro de Ensenada, de 1753, se refle­ja un único depósito de hielo y nieve en servicio: el pozo chico.




Fuente:  Libro "Edificios que son historia"- Valdemoro

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