Hospital de legos de San Juan Bautista


En plena plaza principal de la villa de Valdemoro, concretamente en el número 17, en la esquina con la calle Colegio, se levantaba el antiguo Hospital de legos (laicos) de San Juan Bautista, fundado por los hermanos religiosos Antonio y Alejo Correa en 1566.


Antonio y Alejo Correa eran dos hermanos religiosos, vinculados a una de las familias más representativas de la hidalguía valdemoreña de nombre y fortu­na. Al hecho de ser ambos clérigos presbíteros de la iglesia de Valdemoro, se sumaba la condición de comisario del Santo Oficio de la Inquisición del segundo. 



Encontramos miembros de los Correa en las principales instituciones laicas y eclesiásticas: ocupando cargos en el concejo, en la Iglesia y en los oficios de mayor responsabilidad dentro de las cofradías. Antonio y Alejo eran hijos del matrimonio formado por Pedro Sánchez Correa y Francisca Hernández Nieto, progenitores de una prole de doce descendientes.

La importante fortuna patrimonial unida a su celibato y, por consiguiente, carente de sucesores directos, representaba argumentos suficientemente poderosos para justificar el legado.

Si bien en un primer momento se planteó la creación de un monasterio de la orden de San Francisco, que albergaría a una docena de frailes, finalmente y sin razón aparente que lo justificase, se inclinaron por la puesta en marcha de un centro de beneficencia a ima­gen y semejanza del hospital de San Andrés. Encomendaron su gestión a la cofradía de San Juan Bautista, a pesar de que inicialmente se planteó que fuera la de San Gregorio la encargada de su administración y buen funcionamiento.

Pero además de la vertiente benéfica, los hermanos Correa decidieron dotar a su obra de un carácter edu­cativo. Así fue como fundaron una cátedra de Gramática que compartía edificio con el hospital. La institución ofrecía instrucción de nivel medio -entre las escuelas de primeras letras y los estudios universitarios- a personas de la comunidad vinculadas con los Correa.

Esta apuesta educativa por parte de una de las familias más acaudaladas del pueblo contribuyó a que Valdemoro despuntara en el ámbito de la enseñanza, algo completamente inusual en un municipio que rondaba loa 3.000 habitantes. Pocas localidades de sus características contaban con un colegio de este nivel entre sus equipamientos docentes, mediado el siglo XVI.

Homenaje a Pedro Antonio de Alarcón - 25 de mayo de 1919

La organización de la cátedra de Gramática también formaba parte de las previsiones de su fundador. Estaría dirigida por un preceptor, que percibiría un salario de 12.000 maravedíes anuales, y accedería al cargo por medio de un estricto sistema de méritos y oposición.

Así, cuando se producía una vacante, se enviaban edictos a las universidades de Toledo y Alcalá de Henares, además de a la Compañía de Jesús de Madrid, tal y como sucedió en 1620, fecha en que se eligió de entre los aspirantes a aquél que demostró poseer un conocimiento más exhaustivo sobre "La Eneida", de Virgilio.

Años después, el localismo se impuso, puesto que la convocatoria para proveer de preceptor a la cátedra de Gramática se realizó únicamente en el pueblo. A ella concurrieron dos personas que, a juzgar por los resultados, debían tener un conocimiento muy similar de las tres cuestiones que se les plantearon en el examen, a saber: de nuevo Virgilio, San Jerónimo y el Concilio. 

Pero el seguidismo de las tendencias renacentistas que marcaban la enseñanza por aquellos años y que tenían como propósito favorecer la formación de los más pobres, no podía ocultar el claro afán caritativo de Antonio Correa, como queda patente en distintos aspectos de su testamento, otorgado en 1566 y conser­vado en el Archivo Parroquial de Valdemoro.

Año 1975

Lo cierto es que, ya fuera guiado por fines altruistas, ya con el objetivo de alcanzar la gloría eterna, el que se declaraba miembro de todas las cofradías de Valdemoro encomendó a sus albaceas la tarea de distri­buir alimentos entre una treintena de pobres y asignar 10.000 maravedíes para su vestido y 3.000 más para redención de cautivos.

El hospital debía acoger a nueve hombres pobres de la villa carentes de hogar y pertenecientes a la progenie de los Correa, que se alojarían en habitaciones inde­pendientes y recibirían tres limosnas anuales, una por cada pascua del año, por importe de un ducado.

Claro que también para ser beneficiarios de esta institución asistencial había que cumplir unos requisitos. El perfil del perfecto menesteroso del hospital de San Juan Bautista está recogido en el Libro 7 de fun­daciones, donde se habla de hombres "reposados y no revoltosos", además de "honestos y no malas manos". De su cuidado y correcto funcionamiento del patronato se encargaría un casero, asalariado también de la obra pía.


Pero el hospital también generaba ingresos. Sus libros de cuentas -que se conservan en el Archivo Parroquial de Valdemoro y en el Archivo Diocesano de Toledo- dan fe de una intensa actividad financiera que se exten­dió a lo largo de los siglos XVII y XVIII. De hecho la ges­tión que realizaba la cofradía de San Juan Bautista pasa­ba por la concesión de censos (algo similar a lo que hoy conocemos como préstamos hipotecarios) de carácter usuario. Esa era su principal fuente de ingresos, que se acrecentaban con el arrendamiento de inmuebles que manaban parte del patrimonio de la cofradía. Entre ellos se encontraban algunas casas de la plaza que se alquilaban como oficinas comerciales a los mercaderes, artesanos, agricultores y ganaderos que acudían a Valdemoro para comercializar sus productos cuando se celebraba la feria anual, después del privilegio otorgado por Felipe III en 1603.

Así, no es de extrañar que, en las cuencas correspon­dientes al año 1619, sus beneficios alcanzaran la cifra de 20.294 maravedíes, lo que representaba un 16,2% del total de ingresos obtenidos durante ese ejercicio económico.

En las averiguaciones mandadas cumplir por el marqués de la Ensenada, ya mediado el siglo XVIII, las casas continuaban incrementando las rentas del hospital. No obstante, la reparación de los inmuebles representaba un cargo añadido a las finanzas del colegio y sus despreocupados administradores llegaron a ser amonestados por los enviados episcopales, que en más de una ocasión se vieron obligados a amenazarles con embargar sus propiedades particulares si no se esmeraban más en mantener los bienes en perfecto estado.


Así, la visita que realizó uno de estos emisarios del obispado en 1674, reflejó en el libro de cuentas de la cofradía y colegio de San Juan Bautista una situación de ruina. Según figura en el documento la fábrica del hospital y colegio estaba "muy mal parada" y necesitaba "mucho reparo".

Una vez diagnosticado el mal también ofreció un tra­tamiento. De este modo, ordenó a "los regidores y mayor­domos de esta cofradía" que en el plazo de dos meses a con­tar desde el día de la visita realizaran cuantas reparacio­nes fueran necesarias en el hospital.

El rigor del supervisor episcopal le llevaba a marcar las pautas de la reforma del edificio, estableciendo la prioridad de las paredes de los huertos y corrales que se habían caído, así como la sustitución de las cubier­tas de teja.

Los gastos que realizaron los administradores en los años 1675 y 1676, por importe de 387 y 437 reales y medio respectivamente, hacen pensar que siguieron diligentemente las indicaciones del enviado del obispo.


Cuestiones económicas al margen, lo cierto es que tanto la actividad benéfica como la docente se prolon­garon durante varias centurias. Da buena cuenta de ello el Libro maestro de las haciendas eclesiásticas del Catastro de Ensenada (1760) 
“...También hay un colegio de fundación pía de distintos bienhechores en el que se reco­gen tres o cuatro pobres ancianos impedidos naturales, a quien la fundación contribuye con media cama, un ducado en cada pascua, algún calzado, y parte de vestido por ser dichos pobres de solemni­dad que se mantienen de la limosna que piden y por lo correspondiente al valor de las rentas de su fundación remiten a la relación de su patrono y Administrador..."

El número de beneficiarios de la institución se había visto considerablemente mermado; habían pasado las centurias, pero las limosnas que otorgaba la cofradía de San Juan Bautista a cada menesteroso no se habían incrementado un ápice desde que Correa testara, casi dos siglos antes. La dadivosidad del fundador no sirvió para evitar que el paso de los años redujera el poder adquisitivo de los asistidos.

Más próspera resultó la evolución de la institución benéfico-colegial que, con el devenir del tiempo veía cómo proliferaban sus bienes raíces. Da testimonio de este progresivo enriquecimiento el Libro maestro de las haciendas eclesiásticas, anexo al Catastro de Ensenada, que cus­todia el Archivo Municipal de Valdemoro. En dicho documento queda recogida la tasación del edificio sede de la obra pía y educativa, que ascendía a 1.950 reales anuales, además de la titularidad de numerosas propie­dades, mayoritariamente viviendas, que tenían reparti­das por el casco urbano del municipio. Y ello a pesar del afán de ocultación que presidía sus declaraciones fiscales con el claro objetivo de reducir al máximo sus aportaciones tributarias.


Es difícil delimitar el inicio de su declive, ya que el Diccionario Geográfico de Thomás López omitía su presencia, tanto con respecto a la función hospitalaria como a la docente, mencionando de modo explícito la ausencia de colegio o seminario en la villa de Valdemoro. Sin embargo, en el repartimiento hecho con motivo de distribuir la única contribución al estamento eclesiástico (1771) correspondió a la obra pía del Colegio de San Juan Bautista, administrada por Miguel Maroto, la cantidad de 244 rs. y 15 mrs., es decir, el cese de las actividades tal vez ocurriera entre ese año y 1785, cuando una junta municipal respondiera al interrogatorio del Cardenal Lorenzana, omitiendo en las contestaciones cualquier indicio de su existencia. No obstante, la administración de la hacienda debió ser objeto de ciertos movimientos financieros, ya que en la visita eclesiástica de 1848 se hacía constar la responsabilidad por parte de la fábrica de la iglesia parroquial de un censo en contra de 9.115 rs. de principal a favor del Colegio de San Juan.

 

Es probable que siguiera funcionando como patrona­to (ente administrador de los bienes del colegio) hasta que se extinguió completamente su patrimonio a mediados del siglo XIX. Quizá como consecuencia de la desamortización de Madoz (subasta pública de los bienes no productivos de la Iglesia y las órdenes religio­sas que se inició en 1855) el edificio fuera subastado y pasara a formar parte de una propiedad particular, algo que no ha dejado de ser hasta la actualidad.

No hay referencias documentales de sus características arquitectónicas, pero sí se sabe que su apariencia actual nada tiene que ver con la de entonces, a pesar de que se conserve el balcón corrido de su fachada principal, el cual se ha mantenido desde tiempo inmemorial. Ya en el siglo XX y durante la celebración de las fiestas patronales se llenaba de vecinos de todo el pueblo dispuestos disfrutar de los encierros y los toros desde un enclave que, ayer como hoy, es privilegiado.







Fuentes Principales:
  • Religiosidad y cofradías de Valdemoro (siglos XVI-XVIII) - María Jesús López Portero - Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid - 2005
  • Edificios que son Historia - Ayuntamiento de Valdemoro -2007

Música: Obras de los siglos XVI y XVII para órgano

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